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Pandataria
En la época de la dinastía Julio-Claudia, las mujeres del imperio que no se adecuaban a las normas (adúlteras, poderosas, independientes, políticas) eran
exiliadas a la isla de Pandataria para lavar la imagen de la autoridad. Julia la Mayor fue la primera y tras ella su hija y su nieta en distintos momentos de su vida. La vida en el exilio en una isla tan pequeña y sin posibilidad de salir podía llegar a ser muy aburrida y asfixiante. Pero Pandataria como isla-prisión, llegó a representar el paraíso de los olvidados.
Tras el imperio romano, en 1941, tres hombres de apellidos Spinelli, Rossi y Colorni, acabaron en la misma isla-prisión bajo las órdenes de Mussolini. Habían puesto en duda la llegada al poder del dictador y fueron exiliados a Pandataria, que ya había cambiado de nombre a Ventotene. Allí, tras las huellas de Julia la Mayor y sus descendientes, ellos encontraron su propio paraíso y redactaron el texto que sería el caldo de cultivo de la Europa que conocemos hoy en día; el manifiesto de Ventotene, cuyo título completo es “Por una Europa libre y unida”. Y es curioso que, en un kilómetro cuadrado rodeado del mar Tirreno, con unas fronteras tanto físicas como ideológicas infranqueables, los tres hombres soñaran con eliminar toda frontera del continente.
Y eso es Pandataria: el cajón de sastre, la isla prisión, la isla del marginado, del que no forma parte de la norma, del que viene del lote defectuoso, del que no
es un ciudadano legal, la isla de los que sobran, de los que tambalean el mundo, de los que no son válidos. No hay manual de instrucciones para saber
quiénes son válidos y quiénes no lo son, pero sabemos reconocer la transgresión y la apartamos, la encerramos en una isla de un kilómetro cuadrado por miedo a lo diferente.